El concepto de
intersectorialidad , aplicado al campo de la
salud en la región de las
Américas , tiene
sus bases en la Declaración
Salud para Todos de Alma-Ata de 1978 (1). En ese
documento , se enfatizó sobre la estrategia de
atención primaria y la búsqueda de
equidad en salud , resaltando que la
intersectorialidad «entraña la participación, además del
sector sanitario , de todos los sectores y campos de actividad conexos del desarrollo nacional y comunitario [
]¼ (2). De esa manera 39 años después, el reto de la
intersectorialidad sigue vigente tal y como se expresa en la
estrategia de investigación para la
salud de la
Organización Mundial de la Salud (
OMS ), en la que se destaca la necesidad de incorporar los hallazgos de la
investigación científica en las
políticas públicas , la promoción y en la
atención médica (1, 3). Siguiendo esa línea, la falta de implementación de
medidas e intervenciones, cuya
eficacia y costo-
efectividad han sido demostradas, genera un impacto negativo en la
salud y por ende en la
economía de los países tanto con altos como bajos
ingresos (4, 5). En ese sentido, se reconoce que la limitada
comunicación entre los actores de los diferentes sectores constituye la barrera más importante para la implementación de los resultados de las investigaciones y su incorporación en el diseño de las
políticas públicas (6- 8). En efecto, la interacción promovida por la
intersectorialidad beneficia la
comunicación y la generación de
políticas de salud pública (8, 9).